jueves, 28 de octubre de 2010

Natalia Litvinova (Bielorrusia 1986. A los10 años llegó a Bs As)

Troquel

armaré un cuerpo para ti
lo haré describiéndote
y lo abandonaré
para que sepas
lo que hizo la vida conmigo
luego de parirme.




Fauna

En mí
hay animles en bruto
que se extinguen
con cada explicación.



Nostalgía

¿por qué nunca me tomaste de la mano
mientras me desconocía cruzando las calles?
***
asustada supe que llovías sin mí
que para eso no me necesitabas
***
nunca tuvimos después
después tuvimos nunca
Ya me es indiferente en qué lenguaje
no seré comprendida
Marina Tsvetáieva

martes, 12 de octubre de 2010

Literatura & otros drinks


-¿Conoces al Bukowski boliviano?- me dijo un librero cerca de la Av. Buenos Aires en La Paz.

Así empecé mi búsqueda de la obra de Victor Hugo Viscarra (1958-2006), sin duda, unas memorias en las cuales literatura y alcohol no pueden entenderse como algo distinto, sino el conjunto mismo de la creación.


Os dejo un fragmento de unos de sus relatos: Cicatrices de la vida.


Nací viejo.

Mi vida ha sido un tránsito brusco de la niñez a la vejez, sin términos medios.

No tuve tiempo de ser niño. Hay una pelota nuevita, guardada en algún rincón de mis recuerdos. Lo más lógico ha de ser que yo sea un verdadero niño cuando me llegue la vejez. Para ella, es cierto, uno tiene tiempo de sobra. Presumo que ha de ser a los cuarenta y nueve añños, pues si llego a los cincuenta me suicido. Nacionalizo una pistola y me pego un tiro.

Hablar de mi niñez, si vamos a llamarla así, es muy fregado. Quisiera olvidar ese período, pero es imposible. No tengo nada grato que recordar y los hombres que recuerdan con tristeza su infancia -no porque se les haya ido sino porque han sufrido mucho en ella- nunca más podrán ser felices.

¿Dónde andará, por qué caminos se extravió el niño que fui? Si es cierto eso de que en cada hombre hay un niño, el que habita en mi debe ser muy triste.

Viviamos en un departamento de la calle Constitución. Mi madre atendía una pensión, famosa por los caldos de cabeza de cordero. Como no había empleada que la aguantara, mi hermana y yo la ayudábamos. Dormíamos en una sola cama: las dos mujeres en la cabecera y yo a los pies. Apenas empezaba a clarear y el caserío de Challa-Pampa emergía de entre las brumas, mi madre estiraba un pie con violencia y yo abría los ojos en el suelo. Mi hermana era la más perjudicada por ese sentimiento maternal, pues, como estaba a mano, despertaba con un pellizco. La pobre también ha de esconder la niña triste que tiene en el fondo....


("Cicatrices de vida"; Borracho estaba, pero no me acuerdo.)