domingo, 13 de junio de 2010

Kérosis

Caminábamos a bocanadas, el verde tierno del aguacate, la lluvia anciana, las esquinas redondas, así como los bichitos escondidos tras el aire, caminábamos, sí, tan pesados, puede. Habíamos conversado sobre ese tipo de peso adicional que ponen algunos a la vida, entre la burla y la teoría de que dentro del Caos hay un sistema reorganizativo; y justo al final de la botella de ese licor alemán que tanto temes que beba. Después, llevarte a un museo cinco minutos antes de que cierre, para salir con esa sensación de inventarte los colores. Discutir que no era tal amarillo sino un pistacho algo estridente, que el café deja un aliento horrible, que no tenemos nada que comer en la nevera. Daba igual. No fuimos nunca ese tipo de seres preocupados por ser. Había algo de mentira en todo y eso era suficiente para dar zancadas, encaramarse por encima de la costumbre y de los edificios delgados de la ciudad. De repente la Pampa, más tarde Marrakech, con tus libros siempre abiertos en la mesita de noche, con la intención de llenarnos del vaciamiento propio de la NADA. Sonreías estando yo tan dormida, viajando con una mochila de grava, fumándome los rostros de unos habitantes virtuosos de ceniza. Igual era la música. Los tonos agudos carcomiéndome el pecho, apolillándome los ojos. Entenderás la necesidad de escribirlo absolutamente todo. Los terraplenes, las horas masticadas a fuerza de paseo, el tú y yo y no todos.

Ya te expliqué por qué nunca te llevé a ese restaurante; allí sólo se va cuando algo acaba. Te enfadabas. Te enfadabas tanto como un niño consentido. Al día siguiente, era levantarse y corretear por la casa, oler a tostadas rostizadas, el ruido del hervir del agua para té... Al día siguiente, era desaparecer...luego... volver a encontrarnos.

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