sábado, 17 de julio de 2010

Parcelas y ladridos

A media noche viene a visitarme un vecino, se trata de un perro que va arrastrando su lengua ante la soledad de un sábado casero. Las soledades no están tan solas como uno cree, simplemente son comienzos repetidos de otros comienzos. Hunde sus ásperas uñas en mis muslos, reclama lo que todos. Aquí, donde me vi nacer -o me vieron o no fui ni siquiera advertida- prometí la tregua al poema, presintiendo la labor de esculpir cada de uno de los pensamientos en pequeñas y paralíticas narraciones; cosas inútiles, sacarinas, mantas ante el sudor. La noche viene a visitarme porque me estoy dejando arrastrar por lo minucioso, intentando no construir otras ficciones sobre la ficción primitiva. Me encuentro jadeando en unísono con quien vive en la casa de al lado, en plena sapiencia carente de cualquier adjetivación de intelectualidad que descubre la falacia, las parcelas que nos hacen juntarnos, a él y a mí, a él y a ellos, a todos.

Se sienta a mi izquierda, resoplando a cada calada de un cigarrillo cuyo destino era arder, con las orejas estiradas hacía un lugar en el que no estuvimos nunca pero como si hubiese que ir en algún momento. Los perros no proyectan el futuro, su lenguaje siempre es un presente variable. Un ahora ladro y quiero decir algo que en otro fragmento temporal será un cosa diferente, pero el mismo ladrido. El tú y el yo debería de ser así, el ellos y aquellos, también. Pero no. Decidimos que no va a funcionar, que el paso del tiempo será todo fracaso, que allí no iré, que yo nací aquí, que, que, que, ¿Qué?. Los barrotes al proyectarlos se hacen tan largos y la mirada ya estaba educada antes de entrar. Mi vecino se tumba apoyando las barbas que le cuelgan del hocico en sus patas paradas. No hay juicio, aquí ahora no, porque su lengua entró aún sedienta, se alojó a sí mismo en el silencio que somos y ya éramos. Pero sé que al levantarme de esta silla, la sacará con fuerza para refregarla contra mis pies descalzos. Él -mejor que nadie- sabe que los pies son importantísimos para estirar las orejas en medio de un aparente silencio e ir hacía allí, aún así cuando no vas a ninguna parte. Y todo es comienzo. Y todo es ahora. Y ese ahora nunca fracasa, porque sí lo llegará a hacer ya sería un pasado. Ya sería otra noche y no ésta. El perro colea el suelo. Yo, le acaricio el lomo. ¿Para qué más?

No hay comentarios:

Publicar un comentario